Por Gonzalo Arias
Argentina escribió los últimos días un nuevo capítulo de la «fiebre del dólar», cuyas consecuencias no sólo afectarán las perspectivas de la economía en el corto y mediano plazo, sino también los escenarios de un proceso electoral que en sus trazos más gruesos ya comienza a dibujarse en el horizonte.
La definición del terreno de la contienda es y será el objeto privilegiado de la disputa entre gobierno y oposición, y puede resumirse en dos variantes: la economía o la política.
Mauricio Macri, desandando el último tramo de su gestión, procurará recrear el escenario discursivo de campaña que tan buenos resultados le dio en 2015 y 2017, apelando a conceptos como la grieta, la corrupción, la apertura al mundo, y otros significantes que remiten al debate de la «política».
Para ello, seguirá apostando a la presencia pública de Cristina Kirchner aprovechando su imagen negativa y la funcionalidad que tiene para abroquelar detrás del sello Cambiemos a votantes desencantados o enojados con su persona y/o gestión.
Ante este escenario político que aparecería a priori como favorable para las intenciones reeleccionistas del gobierno, se cierne la amenaza de la economía que -como demostraron los hechos de los últimos 15 días- pasó de ser «un tema sensible» a convertirse en el verdadero talón de Aquiles de Cambiemos.
En este marco, parece claro que, si la campaña girara hacia el debate económico y el planteo fuese optar con el bolsillo entre dos modelos económicos, las perspectivas de la oposición se verían sorpresivamente revitalizadas.
A grandes rasgos, podríamos decir que, mientras el escenario económico favorecería electoralmente a la oposición –sin estar claro aún a quién-, el escenario político favorecería al gobierno. Veamos en detalle ambas posibilidades.
La economía: el arte de las necesidades
El economista Anthony Downs, uno de los académicos cuyo trabajo en los años ’50 nutrió la interpretación economicista del comportamiento electoral, argumentaría que, si un gobierno aumenta las tarifas o los precios de la economía perjudicando a los votantes, éstos, evaluando racionalmente la adversidad, no se inclinarían por él en las próximas elecciones.
Si bien esta racionalidad económica en la realidad no funciona como una «ley de hierro», indudablemente las tarifas, la inflación o el dólar –por citar los ejes principales del debate actual- son, electoralmente hablando, un tema sensible.
Ello queda en evidencia si analizamos la evolución del nivel de aprobación del gobierno nacional, y en particular el impacto de decisiones económicas como la suba de tarifas en dicha valoración. Así, como puede observarse en el gráfico evolutivo elaborado por la consultora Aresco, entre los meses de mayo de 2016 y mayo de 2017 se observa –con la exepción del escándalo generado por el intento de condonación de la deuda del Correo Argentino- un escenario de relativa estabilidad en términos de opinión pública, mientras que entre enero y mayo de 2016, y posteriormente entre octubre de 2017 y abril de 2018, cae significativamente el nivel de desaprobación del gobierno.
Debe señalarse que en ambos períodos se comunicaron significativos aumentos en las tarifas de servicios básicos como la luz, el agua y el gas. En resumen, las tarifas afectaron claramente la imagen del gobierno. Pero no es el único factor adverso del escenario económico.
El dólar, por su parte, tiene una tradicional doble función para los argentinos. Por un lado, es un factor emocional que se enlaza con las expectativas de cumplir el sueño de la casa propia, y se asocia al ahorro y la previsión del futuro. Pero, por el otro, tiene un impacto económico real y concreto, ya que desde hace décadas los precios de nuestra economía tienen un estrecho vínculo con la cotización de la divisa estadounidense.